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¿Dónde vivíamos en 1984?

Somos más, somos más diversos y más urbanos. En los últimos 40 años, desde 1984, España ha crecido demográficamente y también nos hemos distribuido de otra forma, al concentrarse el 84% de la población en las ciudades. 

El censo de 1984 nos ofrecía una foto fija de 38 millones de personas. Uno de cada cuatro españoles (26%) vivía entonces en un pueblo de menos de 5.000 habitantes. Hoy somos 48 millones de habitantes, pero en las zonas rurales, que se despliegan sobre el 85% del territorio, solo viven 7,5 millones de españoles: el 16% de la población. La estadística también nos dice que 8 de los 48 millones de habitantes que tiene hoy España nacieron en el extranjero.

Como resultado de esa evolución urbanita, somos un país que vive más en vertical. Con hogares cada vez más pequeños y menos habitados, pues en las casas y pisos españoles conviven hoy una media de 2,5 personas. Al ritmo demográfico actual, dentro de 15 años convivirán solo 2,3 personas por hogar. Pasaremos de 19 a 23 millones de hogares en solo década y media, según el Instituto Nacional de Estadísticas. Y uno de cada tres hogares serán unipersonales, casi el doble que hoy en día. Con consecuencias evidentes sobre la energía y la movilidad.

En el IDAE llevamos 40 años impulsando la eficiencia energética de los edificios y casas donde viven los españoles. Hoy el titular se lo lleva el autoconsumo solar, pero durante décadas se ha hecho un esfuerzo formidable en materia de aislamiento térmico, seguridad técnica y modernización de los sistemas de calefacción y agua caliente de las viviendas españolas.

El parque de viviendas español es especialmente antiguo con respecto a los países de nuestro entorno. Según datos del sector inmobiliario, las casas españolas tienen una edad media de 43 años. Una cifra que nos retrotrae de nuevo a 1984, cuando nació el IDAE. El esfuerzo de rehabilitación energética de los edificios ha sido notable desde entonces, así como la aprobación de normativas de edificación cada vez más exigentes en materia de aislamiento térmico y consumo energético. El certificado energético, obligatorio para las casas que salen a la venta o se ponen en alquiler, nació en 2013.

Los viejos edificios se rehabilitan y los nuevos se construyen con “inteligencia energética”. La necesidad de rehabilitación es crucial en un país que en 1984 construía más de 200.000 viviendas al año y hoy inaugura menos de la mitad.

Los planes de rehabilitación que se han sucedido a lo largo de las últimas décadas han permitido mejorar la eficiencia energética de los edificios y dotarlos de ascensores y accesos para personas con discapacidad. Los fondos Next Generation vinculados con el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia han supuesto una aceleración en ese proceso gracias a una inyección de 3.420 millones de euros.

Los visados para estas obras han crecido este año un 149% con respecto a las cifras prepandemia, según los Colegios de Arquitectos. Solo el año pasado se acometieron obras de rehabilitación en más de 37.000 casas. El objetivo es que antes de 2026 se hayan producido más de 410.000 actuaciones con reducciones de consumo energético superiores al 30%.  

Nuestros edificios hoy: inteligentes, accesibles y seguros

¿Sabías que el parque inmobiliario español está compuesto por cerca de 25 millones de viviendas? De ellas, aproximadamente 17 millones están integradas en edificios residenciales y 8 millones son unifamiliares. 

El 45% de las viviendas en España son anteriores a 1980 y su calidad no es la misma que las construidas con posterioridad, en especial las que se diseñaron siguiendo el Código Técnico de Edificación de 2006.

La necesidad de rejuvenecer esos edificios ha llevado a plantear diversas estrategias de rehabilitación que recibieron un nuevo impulso con los fondos Next Generation a partir de 2021.  

Los fondos europeos destinaron específicamente 3.420 millones de euros a la rehabilitación y mejora energética del parque inmobiliario a través del “Plan de rehabilitación de vivienda y regeneración urbana”. Se pretende que más de 410.000 viviendas se beneficien de estos fondos antes de 2026. Y consigan reducir al menos un 30% su consumo de energía no renovable.

Además de la antigüedad de los edificios, el plan detectó que alrededor de un millón de viviendas estaban en un estado deficiente, malo o ruinoso, que el 75% de los edificios residenciales no eran accesibles y que el 40% de los edificios de cuatro o más plantas no tenían ascensor.

Es un problema que afecta a las viviendas anteriores a 1980, sobre todo, pero en general a las que no se vieron beneficiadas por el Código Técnico de Edificación, de 2006, que unificó y modernizó la normativa sobre arquitectura en España, adaptándola al marco europeo. 

Esta normativa redundó en una mejor calidad técnica de los edificios de nueva construcción, en materia de seguridad contra incendios, accesibilidad, seguridad estructural, salubridad y eficiencia energética. No hay más que atravesar el portal de un edificio construido en los últimos 15 años para comprobar la aplicación de esas medidas de seguridad, el aislamiento térmico, la iluminación eficiente, la accesibilidad o la preinstalación de sistemas de frío/calor. 

El adjetivo “inteligente” que hemos incorporado a los móviles, los televisores o los relojes también lo reciben los edificios de nueva construcción, sobre todo por la capacidad que tienen de generar su propia energía y reducir su consumo adaptándose a la temperatura exterior y al uso y ocupación que se hace de la vivienda.  

Ese nivel de calidad es la que se pretende extender a los edificios de mayor antigüedad. El código, además, ha ido actualizándose en materia energética, con el concurso del IDAE, incorporando nuevas exigencias en materia de eficiencia y sostenibilidad, como la obligatoriedad de disponer de instalaciones de energía solar térmica y fotovoltaica, geotermia o aerotermia, además de sistemas de recarga para vehículos eléctricos.  

El cambio de modelo en el sector se visualiza también con la Ley de Calidad de la Arquitectura, de 2022, que defiende una nueva cultura de la construcción alejada de los excesos que se produjeron durante el desarrollismo y acorde con las nuevas exigencias de sostenibilidad, inclusión, habitabilidad y eficiencia. Algo que cobró aún más importancia durante la pandemia, en que convertimos nuestras casas en refugio y espacio de trabajo y ocio.

La energía que compartimos en comunidad

Dice una ley física acuñada durante la Ilustración que la energía no se crea ni se destruye: se transforma. Este paradigma se ha transformado también gracias a la nueva energía limpia que nos impulsa. Hoy podríamos completar la ley de Antoine de Lavoisier y decir que la energía no se crea ni se destruye: se comparte.

Porque la energía, gracias sobre todo al autoconsumo solar, la generamos nosotros, entre todos, en nuestros edificios: ya no tenemos que importarla íntegramente desde territorios lejanos ni necesitamos destruir el planeta extrayéndola del subsuelo y calentando la atmósfera.

La energía que queremos, nuestra querida energía, la vivimos en plural cuando anteponemos el transporte público al particular, cuando la producimos en nuestras casas y en nuestras empresas y la vertemos a la red y cuando nos asociamos con nuestros vecinos para mejorar nuestros edificios. Es la energía que compartimos. La que ha permitido crear las primeras comunidades energéticas en los barrios, animadas por los fondos Next Generation.

Las primeras ayudas para la rehabilitación energética de los edificios se remontan a los primeros tiempos del IDAE. ¿Te acuerdas cuando empezaron las subvenciones directas para cambiar ventanas o para jubilar las viejas calderas de carbón? Pese a ese esfuerzo, los inmuebles españoles siguen manifestando ineficiencias en el siglo XXI.

De ahí que el plan de rehabilitación alimentado con los fondos europeos haya impulsado desde 2021 la mejora de los edificios. Las ayudas permiten que las comunidades de vecinos se pongan de acuerdo para reducir el consumo energético en al menos un 30% mediante aislamiento de fachadas y cubiertas, cambiando los sistemas de agua caliente, calefacción y aire acondicionado e instalando paneles solares y sistemas de aerotermia y geotermia.

Las ayudas a esos planes comunitarios cubren hasta el 80% del coste de la infraestructura, con un tope de 18.800 euros por vivienda, pero pueden alcanzar el 100% del coste en caso de hogares vulnerables.

Estos planes contribuyen además a unir a los vecindarios en un objetivo compartido: producir energía limpia generada por el sol, el calor del subsuelo o el aire ambiental. Para facilitar el acuerdo en las comunidades de propietarios, las ayudas llegaron acompañadas de una modificación de la Ley de Propiedad Horizontal, mediante el Real Decreto-Ley 19/2021 que rebaja a mayoría simple el mínimo necesario para aprobar las actuaciones de mejora de la eficiencia energética y la instalación de fuentes de energía renovable. 

La energía que generamos juntos es hoy el nuevo paradigma. Se conjuga en plural y nos une como sociedad en un objetivo común. No sabemos cómo ni cuándo terminará ese camino, aunque hay una fecha -2050- fijada en el horizonte, pero sí sabemos quién dio el primer paso: aquellos españoles que, en 1984, en las primeras campañas que difundíamos en el IDAE, dijeron algo tan sencillo como “Apaga la luz”.